Homilía pronunciada en la Celebración
Eucarística en la Arquidiócesis de La Habana
25 de Enero de 1998
1. "Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagan duelo
ni lloren" (Ne, 8,9). Con gran gozo presido la Santa Misa en esta
Plaza de "José Martí", en el domingo, día
del Señor, que debe ser dedicado al descanso, a la oración
y a la convivencia familiar. La Palabra de Dios nos convoca para crecer
en la fe y celebrar la presencia del Resucitado en medio de nosotros,
que "hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar
un solo cuerpo" (1Co 12,13), el Cuerpo místico de Cristo que
es la Iglesia. Jesucristo une a todos los bautizados. De Él fluye
el amor fraterno tanto entre los católicos cubanos como entre los
que viven en cualquier otra parte, porque son "Cuerpo de Cristo y
cada uno es un miembro" (1Co 12, 27). La Iglesia en Cuba, pues, no
está sola ni aislada, sino que forma parte de la Iglesia universal
extendida por el mundo entero.
2. Saludo con afecto al Cardenal Jaime Ortega, Pastor de esta Arquidiócesis,
y le agradezco las amables palabras con las que, al inicio de esta celebración,
me ha presentado las realidades y las aspiraciones que marcan la vida
de esta comunidad eclesial. Saludo asimismo a los Señores Cardenales
aquí presentes, venidos desde distintos lugares, así como
a todos mis hermanos Obispos de Cuba y de otros Países que han
querido participar en esta solemne celebración. Saludo cordialmente
a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los fieles reunidos en
tan gran número. A cada uno le aseguro mi afecto y cercanía
en el Señor.
Agradezco también la presencia de las autoridades civiles que
han querido estar hoy aquí y les quedo reconocido por la cooperación
prestada.
3. "El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio"
(Lc 4,18). Todo ministro de Dios tiene que hacer suyas en su vida estas
palabras que pronunció Jesús en Nazaret. Por eso, al estar
entre Ustedes quiero darles la buena noticia de la esperanza en Dios.
Como servidor del Evangelio les traigo este mensaje de amor y solidaridad
que Jesucristo, con su venida, ofrece a los hombres de todos los tiempos.
No se trata en absoluto de una ideología ni de un sistema económico
o político nuevo, sino de un camino de paz, justicia y libertad
verdaderas.
4. Los sistemas ideológicos y económicos que se han ido
sucediendo en los dos últimos siglos con frecuencia han potenciado
el enfrentamiento como método, ya que contenían en sus programas
los gérmenes de la oposición y de la desunión. Esto
condicionó profundamente su concepción del hombre y sus
relaciones con los demás. Algunos de esos sistemas han pretendido
también reducir la religión a la esfera meramente individual,
despojándola de todo influjo o relevancia social. En este sentido,
cabe recordar que un Estado moderno no puede hacer del ateísmo
o de la religión uno de sus ordenamientos políticos. El
Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover un
sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada
persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresarla
en los ámbitos de la vida pública y contar con los medios
y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales,
morales y cívicas.
Por otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo
capitalista que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo
de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado, gravando desde sus centros
de poder a los países menos favorecidos con cargas insoportables.
Así, en ocasiones, se imponen a las naciones, como condiciones
para recibir nuevas ayudas, programas económicos insostenibles.
De este modo se asiste en el concierto de las naciones al enriquecimiento
exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de muchos,
de forma que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada
vez más pobres.
5. Queridos hermanos: la Iglesia es maestra en humanidad. Por eso, frente
a estos sistemas, presenta la cultura del amor y de la vida, devolviendo
a la humanidad la esperanza en el poder transformador del amor vivido
en la unidad querida por Cristo. Para ello hay que recorrer un camino
de reconciliación, de diálogo y de acogida fraterna del
prójimo, de todo prójimo.
La Iglesia, al llevar a cabo su misión, propone al mundo una justicia
nueva, la justicia del Reino de Dios (cf. Mt 6, 33). En diversas ocasiones
me he referido a los temas sociales. Es preciso continuar hablando de
ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que
sea, pues de lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión
confiada por Jesucristo. Está en juego el hombre, la persona concreta.
Aunque los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes necesitan
de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus dolores
y sus miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias pueden estar
seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está
con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento
a todo aquel que sufre la injusticia.
Las enseñanzas de Jesús conservan íntegro su vigor
a las puertas del año 2000. Son válidas para todos Ustedes,
mis queridos hermanos. En la búsqueda de la justicia del Reino
no podemos detenernos ante dificultades e incomprensiones. Si la invitación
del Maestro a la justicia, al servicio y al amor es acogida como Buena
Nueva, entonces el corazón se ensancha, se transforman los criterios
y nace la cultura del amor y de la vida. Este es el gran cambio que la
sociedad necesita y espera, y sólo podrá alcanzarse si primero
no se produce la conversión del corazón de cada uno, como
condición para los necesarios cambios en las estructuras de la
sociedad.
6. "El Espíritu del Señor me ha enviado para anunciar
a los cautivos la libertad... para dar libertad a los oprimidos"
(Lc 4, 18). La buena noticia de Jesús va acompañada de un
anuncio de libertad, apoyada sobre el sólido fundamento de la verdad:
"Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos,
y conocerán la verdad y la verdad los hará libres"
(Jn 8, 31-32). La verdad a la que se refiere Jesús no es sólo
la comprensión intelectual de la realidad, sino la verdad sobre
el hombre y su condición trascendente, sobre sus derechos y deberes,
sobre su grandeza y sus límites. Es la misma verdad que Jesús
proclamó con su vida, reafirmó ante Pilato y, con su silencio,
ante Herodes; es la misma que lo llevó a la cruz salvadora y a
su resurrección gloriosa.
La libertad que no se funda en la verdad condiciona de tal forma al hombre
que algunas veces lo hace objeto y no sujeto de su entorno social, cultural,
económico y político, dejándolo casi sin ninguna
iniciativa para su desarrollo personal. Otras veces esa libertad es de
talante individualista y, al no tener en cuenta la libertad de los demás,
encierra al hombre en su egoísmo. La conquista de la libertad en
la responsabilidad es una tarea imprescindible para toda persona. Para
los cristianos, la libertad de los hijos de Dios no es solamente un don
y una tarea, sino que alcanzarla supone un inapreciable testimonio y un
genuino aporte en el camino de la liberación de todo el género
humano. Esta liberación no se reduce a los aspectos sociales y
políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la
libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos.
Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy
vigentes el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia
social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano
inferior. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia es un esfuerzo
de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las
relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias
sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas
y su realización integral, según su condición de
hijo de Dios y de ciudadano. Por lo cual, el laicado católico debe
contribuir a esta realización mediante la aplicación de
las enseñanzas sociales de la Iglesia en los diversos ambientes,
abiertos a todos los hombres de buena voluntad.
7. En el evangelio proclamado hoy aparece la justicia íntimamente
ligada a la verdad. Así se ve también en el pensamiento
lúcido de los padres de la Patria. El Siervo de Dios Padre Félix
Varela, animado por su fe cristiana y su fidelidad al ministerio sacerdotal,
sembró en el corazón del pueblo cubano las semillas de la
justicia y la libertad que él soñaba ver florecer en una
Cuba libre e independiente.
La doctrina de José Martí sobre el amor entre todos los
hombres tiene raíces hondamente evangélicas, superando así
el falso conflicto entre la fe en Dios y el amor y servicio a la Patria.
Escribe este prócer: "Pura, desinteresada, perseguida, martirizada,
poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos
los hombres honrados... Todo pueblo necesita ser religioso. No sólo
lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo... Un
pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la
virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la
justicia celeste la garantice".
Como saben, Cuba tiene un alma cristiana y eso la ha llevado a tener
una vocación universal. Llamada a vencer el aislamiento, ha de
abrirse al mundo y el mundo debe acercarse a Cuba, a su pueblo, a sus
hijos, que son sin duda su mayor riqueza. (Esta es la hora de emprender
los nuevos caminos que exigen los tiempos de renovación que vivimos,
al acercarse el Tercer milenio de la era cristiana!
8. Queridos hermanos: Dios ha bendecido a este pueblo con verdaderos
formadores de la conciencia nacional, claros y firmes exponentes de la
fe cristiana, como el más valioso sostén de la virtud y
del amor. Hoy los Obispos, con los sacerdotes, religiosos, religiosas
y fieles laicos, se esfuerzan en tender puentes para acercar las mentes
y los corazones, propiciando y consolidando la paz, preparando la civilización
del amor y de la justicia. Estoy en medio de Ustedes como mensajero de
la verdad y la esperanza. Por eso quiero repetir mi llamado a dejarse
iluminar por Jesucristo, a aceptar sin reservas el esplendor de su verdad,
para que todos puedan emprender el camino de la unidad por medio del amor
y la solidaridad, evitando la exclusión, el aislamiento y el enfrentamiento,
que son contrarios a la voluntad del Dios-Amor.
Que el Espíritu Santo ilumine con sus dones a quienes tienen diversas
responsabilidades sobre este pueblo, que llevo en el corazón. Y
que la Virgen de la Caridad del Cobre, Reina de Cuba, obtenga para sus
hijos los dones de la paz, del progreso y de la felicidad.
|