Homilía pronunciada en la Celebración
Eucarística en la Diócesis de Santa Clara
22 de Enero de 1998
1. "Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria;
se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando
en casa y yendo de camino" (Dt 6, 6-7). Nos hemos reunido en el Campo
de Deportes del Instituto Superior de Cultura Física "Manuel
Fajardo", convertido hoy como en un inmenso templo abierto. En este
encuentro queremos dar gracias a Dios por el gran don de la familia.
Ya en la primera página de la Biblia el autor sagrado nos presenta
esta institución: "Dios creó al hombre a imagen suya
y los creó varón y mujer" (Gn 1, 27). En este sentido,
las personas humanas en su dualidad de sexos son, como Dios mismo y por
voluntad suya, fuente de vida: "Crezcan y multiplíquense"
(Gn 1, 28). Por tanto, la familia está llamada a cooperar en el
plan de Dios y en su obra creadora mediante la alianza de amor esponsal
entre el hombre y la mujer y, como nos dirá San Pablo, dicha alianza
es también signo de la unión de Cristo con su Iglesia (cf.
Ef 5,32 ).
2. Queridos hermanos y hermanas: me complace saludar con gran afecto
a Mons. Fernando Prego Casal, Obispo de Santa Clara, a los Señores
Cardenales y demás Obispos, a los sacerdotes y diáconos,
a los miembros de las comunidades religiosas, a todos Ustedes, fieles
laicos. Quiero dirigir también un deferente saludo a las autoridades
civiles. Mis palabras se dirigen muy especialmente a las familias aquí
presentes, las cuales quieren proclamar el firme propósito de realizar
en su vida el proyecto salvífico del Señor.
3. La institución familiar en Cuba es depositaria del rico patrimonio
de virtudes que distinguieron a las familias criollas de tiempos pasados,
cuyos miembros se empeñaron tanto en los diversos campos de la
vida social y forjaron el País sin reparar en sacrificios y adversidades.
Aquellas familias, fundadas sólidamente en los principios cristianos,
así como en su sentido de solidaridad familiar y respeto por la
vida, fueron verdaderas comunidades de cariño mutuo, de gozo y
fiesta, de confianza y seguridad, de serena reconciliación. Se
caracterizaron también -como muchos hogares de hoy- por la unidad,
el profundo respeto a los mayores, el alto sentido de responsabilidad,
el acatamiento sincero de la autoridad paterna y materna, la alegría
y el optimismo, tanto en la pobreza como en la riqueza, los deseos de
luchar por un mundo mejor y, por encima de todo, por la gran fe y confianza
en Dios.
Hoy las familias en Cuba están también afectadas por los
desafíos que sufren actualmente tantas familias en el mundo. Son
numerosos los miembros de estas familias que han luchado y dedicado su
vida para conquistar una existencia mejor, en la que se vean garantizados
los derechos humanos indispensables: trabajo, alimentación, vivienda,
salud, educación, seguridad social, participación social,
libertad de asociación y para elegir la propia vocación.
La familia, célula fundamental de la sociedad y garantía
de su estabilidad, sufre sin embargo las crisis que pueden afectar a la
sociedad misma. Esto ocurre cuando los matrimonios viven en sistemas económicos
o culturales que, bajo la falsa apariencia de libertad y progreso, promueven
o incluso defienden una mentalidad antinatalista, induciendo de ese modo
a los esposos a recurrir a métodos de control de la natalidad que
no están de acuerdo con la dignidad humana. Se llega incluso al
aborto, que es siempre, además de un crimen abominable (cf. Const.
past. Gaudium et spes, 51), un absurdo empobrecimiento de la persona y
de la misma sociedad. Ante ello la Iglesia enseña que Dios ha confiado
a los hombres la misión de transmitir la vida de un modo digno
del hombre, fruto de la responsabilidad y del amor entre los esposos.
La maternidad se presenta a veces como un retroceso o una limitación
de la libertad de la mujer, distorsionando así su verdadera naturaleza
y su dignidad. Los hijos son presentados no como lo que son -un gran don
de Dios-, sino como algo contra lo que hay que defenderse. La situación
social que se ha vivido en este amado País ha acarreado también
no pocas dificultades a la estabilidad familiar: las carencias materiales
—como cuando los salarios no son suficientes o tienen un poder adquisitivo
muy limitado—, las insatisfacciones por razones ideológicas,
la atracción de la sociedad de consumo. Éstas, junto con
ciertas medidas laborales o de otro género, han provocado un problema
que se arrastra en Cuba desde hace años: la separación forzosa
de las familias dentro del País y la emigración, que ha
desgarrado a familias enteras y ha sembrado dolor en una parte considerable
de la población. Experiencias no siempre aceptadas y a veces traumáticas
son la separación de los hijos y la sustitución del papel
de los padres a causa de los estudios que se realizan lejos del hogar
en la edad de la adolescencia, en situaciones que dan por triste resultado
la proliferación de la promiscuidad, el empobrecimiento ético,
la vulgaridad, las relaciones prematrimoniales a temprana edad y el recurso
fácil al aborto. Todo esto deja huellas profundas y negativas en
la juventud, que está llamada a encarnar los valores morales auténticos
para la consolidación de una sociedad mejor.
4. El camino para vencer estos males no es otro que Jesucristo, su doctrina
y su ejemplo de amor total que nos salva. Ninguna ideología puede
sustituir su infinita sabiduría y poder. Por eso es necesario recuperar
los valores religiosos en el ámbito familiar y social, fomentando
la práctica de las virtudes que conformaron los orígenes
de la Nación cubana, en el proceso de construir su futuro "con
todos y para el bien de todos", como pedía José Martí.
La familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa
donde los hijos de Cuba puedan "crecer en humanidad". No tengan
miedo, abran las familias y las escuelas a los valores del Evangelio de
Jesucristo, que nunca son un peligro para ningún proyecto social.
5. "El ángel del Señor se le apareció en sueños
a José y le dijo: Levántate y toma al niño y a su
madre" (Mt 2, 13). La Palabra revelada nos muestra cómo Dios
quiere proteger a la familia y preservarla de todo peligro. Por eso la
Iglesia, animada e iluminada por el Espíritu Santo, trata de defender
y proponer a sus hijos y a todos los hombres de buena voluntad la verdad
sobre los valores fundamentales del matrimonio cristiano y de la familia.
Asimismo, proclama, como deber ineludible, la santidad de este sacramento
y sus exigencias morales, para salvaguardar la dignidad de toda persona
humana.
El matrimonio, con su carácter de unión exclusiva y permanente,
es sagrado porque tiene su origen en Dios. Los cristianos, al recibir
el sacramento del matrimonio, participan en el plan creador de Dios y
reciben las gracias que necesitan para cumplir su misión, para
educar y formar a los hijos y responder al llamado a la santidad. Es una
unión distinta de cualquier otra unión humana, pues se funda
en la entrega y aceptación mutua de los esposos con la finalidad
de llegar a ser "una sola carne" (Gn 2, 24), viviendo en una
comunidad de vida y amor, cuya vocación es ser "santuario
de la vida" (cf. Evangelium vitae, 59). Con su unión fiel
y perseverante, los esposos contribuyen al bien de la institución
familiar y manifiestan que el hombre y la mujer tienen la capacidad de
darse para siempre el uno al otro, sin que la donación voluntaria
y perenne anule la libertad, porque en el matrimonio cada personalidad
debe permanecer inalterada y desarrollar la gran ley del amor: darse el
uno al otro para entregarse juntos a la tarea que Dios les encomienda.
Si la persona humana es el centro de toda institución social, entonces
la familia, primer ámbito de socialización, debe ser una
comunidad de personas libres y responsables que lleven adelante el matrimonio
como un proyecto de amor, siempre perfeccionable, que aporta vitalidad
y dinamismo a la sociedad civil.
6. En la vida matrimonial el servicio a la vida no se agota en la concepción,
sino que se prolonga en la educación de las nuevas generaciones.
Los padres, al haber dado la vida a los hijos, tienen la gravísima
obligación de educar a la prole y, por consiguiente, deben ser
reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Esta
tarea de la educación es tan importante que, cuando falta, difícilmente
puede suplirse (cf. Decl. Gravissimun educationis, 3). Se trata de un
deber y de un derecho insustituible e inalienable. Es verdad que en el
ámbito de la educación a la autoridad pública le
competen derechos y deberes, ya que tiene que servir al bien común;
sin embargo, esto no le da derecho a sustituir a los padres. Por tanto,
los padres, sin esperar que otros les reemplacen en lo que es su responsabilidad,
deben poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico, los contenidos
éticos y cívicos y la inspiración religiosa en los
que desean formarlos integralmente. No esperen que todo les venga dado.
Asuman su misión educativa, buscando y creando los espacios y medios
adecuados en la sociedad civil.
Se ha de procurar, además, a las familias una casa digna y un
hogar unido, de modo que puedan gozar y transmitir una educación
ética y un ambiente propicio para el cultivo de los altos ideales
y la vivencia de la fe.
7. Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y padres, queridos
hijos: He deseado recordar algunos aspectos esenciales del proyecto de
Dios sobre el matrimonio y la familia para ayudarlos a vivir con generosidad
y entrega ese camino de santidad al que muchos están llamados.
Acojan con amor la Palabra del Señor proclamada en esta Eucaristía.
En el Salmo responsorial hemos escuchado: "Dichoso el que teme al
Señor y sigue sus caminos... tus hijos como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa... Esta es la bendición del hombre que teme
al Señor" (Sal 127, 1.3.4).
Muy grande es la vocación a la vida matrimonial y familiar, inspirada
en la Palabra de Dios y según el modelo de la Sagrada Familia de
Nazaret. Amados cubanos: (Sean fieles a la palabra divina y a este modelo!
Queridos maridos y mujeres, padres y madres, familias de la noble Cuba:
(Conserven en su vida ese modelo sublime, ayudados por la gracia que se
les ha dado en el sacramento del matrimonio! Que Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, habite en sus hogares. Así, las familias católicas
de Cuba contribuirán decisivamente a la gran causa divina de la
salvación del hombre en esta tierra bendita que es su Patria y
su Nación. ¡Cuba: cuida a tus familias para que conserves
sano tu corazón!
Que la Virgen de la Caridad del Cobre, Madre de todos los cubanos, Madre
en el Hogar de Nazaret, interceda por todas las familias de Cuba para
que, renovadas, vivificadas y ayudadas en sus dificultades, vivan en serenidad
y paz, superen los problemas y dificultades, y todos sus miembros alcancen
la salvación que viene de Jesucristo, Señor de la historia
y de la humanidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de
los siglos. Amén.
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